LO QUE COMES INFLUYE EN TU ESTADO DE ÁNIMO

Para conocer uno de los lugares con mayor densidad de microbios del planeta no hay más que mirar hacia nuestro intestino. Unos cien billones de bacterias y más de 1.200 especies diferentes se alojan en él, fundamentalmente en el colon. Para hacernos una idea, por 70 kilos de peso, alrededor de uno corresponde a las bacterias del tracto digestivo. Tal profusión sonará menos escalofriante si sabemos que la inmensa mayoría son beneficiosas y habitan, desde los primeros homínidos, en sintonía con la vida y las funciones de nuestro organismo.

hombre_comiendoHace solo diez años, el universo bacteriano era casi desconocido para los científicos. Hoy, sin embargo, se está convirtiendo para la ciencia en esa caja negra que podría delatar nuestra dieta y decidir nuestra salud e incluso nuestra conducta o estado de ánimo. Así lo explica Francisco Guarner, director del Área de Digestivo del Hospital Vall d’Hebron: “Por fin empezamos a entender ese diálogo permanente que establece nuestra microbiota intestinal –es decir, la diversidad de bacterias que habitan en el tracto digestivo– con nuestro cerebro. Aunque los análisis actuales no nos permiten conocer más que alrededor del 30 % de la flora bacteriana, sabemos que la alimentación marca la diferencia entre una diversidad saludable o un desequilibrio, tanto en cantidad como en variedad, con posibles consecuencias para nuestro organismo y para la salud”.

El eje intestino-cerebro

¿Por qué algo que ocurre en el tubo digestivo, tan distante del cerebro, podría tener consecuencias en nuestro comportamiento o nuestro estado mental? John Bienenstock, profesor de Medicina Molecular en la Universidad McMaster (Canadá) lleva décadas estudiando el eje intestino-cerebro en modelos de ratón y aporta algunas pistas.

Ed Yong: “los microbios influyen en el sistema nervioso. si los ignoramos, estaremos mirando nuestra vida a través del ojo de una cerradura”

En uno de sus experimentos encontró que, inoculando bacterias de ratones calmados a ratones ansiosos, estos modificaban su estado de ánimo y también algunos biomarcadores de su cerebro. En el análisis previo de sus muestras fecales detectó que en los animales estresados había un claro desequilibrio en su flora intestinal, menos diversidad en los tipos de bacterias. Su equipo decidió enriquecer su dieta durante diez días con probióticos (bacterias vivas). Los cambios en la química del cerebro fueron inmediatos. Las hormonas relacionadas con el estrés disminuyeron y su comportamiento mejoró notablemente. Los investigadores comprobaron también que tales efectos sobre el sistema nervioso de los roedores desaparecían si se les seccionaba el nervio vago.

Desde entonces, Bienenstock se centra el ser humano con el fin de descubrir nuevas aplicaciones para algunos trastornos mentales o de comportamiento. “Los conocimientos son aún muy limitados. Reunir todas las piezas supone un gran reto”.

En otro de sus estudios –este en colaboración con su colega, la profesora Sophie Leclercq–, el científico canadiense observó la reacción en el cerebro de roedores expuestos a dosis discretas de antibióticos. Además de alterar la barrera protectora del cerebro, los animales expresaron mayor dificultad frente a tareas complejas y una actitud más agresiva que las crías no expuestas. Son cambios que, de nuevo, se contrarrestaron con el suministro de probióticos.

El goteo de investigaciones que acreditan el papel crucial de los microbios intestinales se ha hecho incesante. “Un desajuste en la microbiota podría desencadenar obesidad y enfermedades autoinmunes a través de glóbulos blancos que atacan a nuestros tejidos”, explica Guarner. El profesor lo corrobora con una investigación internacional en la que participó, cuya conclusión fue la identificación de 518 nuevas microbacterias en el intestino humano. Son bacterias beneficiosas, que están casi ausentes en los pacientes con enfermedad de Crohn.

Cada individuo tiene su propia microbiota según la herencia, el entorno, los medicamentos o los alimentos que conforman su dieta. Solo algunas especies son comunes.

Lamentablemente, estas bacterias no pueden cultivarse ni asilarse porque, según el investigador de Vall d´Hebron, no sobrevivirían fuera del colon para ser trasplantadas. “De momento, el único modo de restaurar estas especies en nuestro intestino es la nutrición: fibra, probióticos y prebióticos que ayuden al crecimiento selectivo de algunas especies”. Estos últimos se encuentran en alimentos ricos en fibra como la remolacha, los espárragos, la zanahoria o la alcachofa. Por otra parte, aunque las técnicas de secuenciación del ADN están permitiendo estudiar poblaciones enteras de microorganismos en determinados ambientes, la ingente cantidad de microbios dificulta esbozar el código genético de nuestra flora intestinal. “Tenemos más genes de bacteria que humanos”, explica.

Además, no hay dos individuos con idéntica microbiota. “Influyen la herencia, los lugares en los que hemos vivido y la edad, pero, sobre todo, el alimento que ingerimos. En las sociedades occidentales nuestra microbiota es más pobre y con menos bacterias en común, a diferencia de otros grupos humanos que viven en zonas rurales o en algunas tribus”, expresa Guarner. Hay algunos nutrientes especialmente valiosos, como los polifenoles del aceite virgen de oliva o el extracto de semilla de uva. También las nueces. La doctora Lauri Byerley, autora de un estudio reciente en la Universidad Estatal de Luisiana (Estados Unidos), recomienda un puñado diario de nueces cada día para diversificar las bacterias probióticas y hacer que sean más abundantes. Byerley añadió 57 gramos a la dieta de un grupo de ratas de laboratorio durante diez días. Transcurrido este tiempo, las muestras intestinales de cada una de ellas contenían un número mayor de bacterias beneficiosas como Lactobacillus, Ruminococcaceae y Roseburia.

Menos grasa, más fibra

Cuantas más grasas saturadas y menos fibra vegetal añadimos a nuestro menú, más microbios intestinales desaparecen. Como consecuencia, tenemos más incidencia de alergias y asma y más fácil es el contagio de enfermedades infecciosas. Lo que más daña a las bacterias de nuestro intestino es la comida basura.

Tim Spector, profesor de Epidemiología Genética del King’s College de Londres y autor de El mito de las dietas lo probó con su propio hijo. Durante una semana le llevó a comer a una conocida cadena de comida rápida. Pasado este tiempo, analizó la diversidad de su microbiota y observó que se había reducido un 40 % y que las bacterias buenas habían sido remplazadas por otras causantes de inflamación.

Al nacer, el bebé es colonizado de inmediato por los microbios vaginales. luego se inicia una etapa de expansión

Para Michael Gershon, profesor y director del Departamento de Anatomía y Biología Celular de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y precursor de la nueva ciencia denominada neurogastroenterología, “el cerebro de las tripas es la mayor fábrica responsable de la producción y el almacenamiento de las sustancias químicas que regulan la salud, el aprendizaje, la memoria y nuestro bienestar emocional y psicológico”. Y es así desde nuestros primeros momentos de vida. Ya en nuestra etapa embrionaria, el líquido amniótico y el meconio (heces fetales) presentan una microbiota incipiente formada, sobre todo, por enterobacterias y Lactobacillus, según comprobó el equipo de Pediatría de la Universidad de Alberta (Canadá). Son microbios que podrían llegar desde la boca de la madre a través del torrente sanguíneo o desde la vagina hasta el interior del útero. Y muestran, de acuerdo con la doctora Anita L. Kozyrskyj, que ha liderado el estudio, la importancia de la salud bucodental de la madre, de su alimentación y de que se abstenga de tomar antibióticos durante la gestación.

Este primer contacto microbiano en el embarazo podría preparar al sistema inmunitario para la exposición a la gran variedad de microbios que se alojarán en su intestino durante su vida y desarrollar una respuesta adecuada. Investigadores del Instituto Karolinska (Suecia) inyectaron moléculas con colorantes a un grupo de hembras de ratón, unas libres de gérmenes y otras expuestas a bacterias de forma natural, y siguieron su pista por el cuerpo. Lo que vieron fue que las crías que habían nacido de madres libres de gérmenes tenían una barrera sangre-cerebro defectuosa y el colorante se filtró en el sistema nervioso. En el grupo de roedores sanos expuestos a bacterias de forma natural, por el contrario, esas moléculas no lograron traspasar la barrera. Igual que ocurrió con estas sustancias, los investigadores sugieren que una microbiota intestinal pobre permite una mayor permeabilidad del cerebro ante moléculas potencialmente dañinas.

Los efectos de la ausencia de bacterias se pueden revertir, según comprobaron los investigadores al trasplantar microbiota intestinal de ratones sanos a roedores sin gérmenes. La función de barrera se recuperó. Son hipótesis válidas para estos mamíferos; ahora tratarán de ver si son extrapolables a humanos.

Colonización materna

A pesar de ello, el bebé nace con un sistema inmunitario inmaduro. El parto es la siguiente ocasión que tienen los microorganismos de la madre de colonizar el intestino de su hijo y seguir modulando el sistema inmunitario.

Casi las tres cuartas partes de las cepas de un recién nacido proceden directamente de la madre. Inmediatamente, se inicia una etapa de expansión con nuevas especies de los padres y del entorno. María Carmen Collado, científica del Instituto de Agroquímica y Tecnología de los Alimentos (IATA), investiga la transferencia microbiana a través de la leche materna, que puede contener más de 700 especies de bacterias. “A los tres o cuatro días de vida, la composición de la microbiota intestinal infantil empieza a parecerse a la detectada en el calostro. Por eso, su composición presenta grandes diferencias entre los lactantes que reciben leche artificial y los alimentados con leche materna durante los seis primeros meses de vida. Estos últimos presentan un mayor desarrollo psicomotor a los seis y doce meses”.

Esta gran comunidad de microbios que la madre transfiere al hijo desplaza a los patógenos, fortalece el sistema inmune y ayuda a la producción de vitaminas y a la absorción de nutrientes. Su equipo está analizando cómo influye la composición de la microbiota en la salud humana en todas las etapas de la vida y cómo algunas estrategias dietéticas y la producción de prebióticos análogos a los que se encuentran en la leche materna humana podrían favorecer el desarrollo de bacterias beneficiosas.

Bacterias amigables

Hay mucho interés en explorar nuevos caminos para conseguir una microbiota, como dice John Bienenstock, abundante en “bacterias amigables” y similares a los microorganismos que se hospedan en el intestino humano. ¿Por qué ahora este despliegue? Ignorar a los microbios sería como mirar nuestra vida a través de una cerradura, dice el divulgador científico Ed Yong, autor de Yo contengo multitudes. “No atentan contra nuestras vidas, sino que nos protegen de enfermedades, nos definen como individuos e influyen en nuestro comportamiento”, insiste. Y a continuación expone algunas de las conclusiones que va avanzando la ciencia: “Nos ayudan a digerir nuestros alimentos, liberando nutrientes. Producen vitaminas y minerales que faltan en nuestra dieta. Descomponen toxinas y compuestos químicos peligrosos. Nos protegen de enfermedades desplazando a microbios más peligrosos o matándolos. Liberan moléculas y señales que dirigen el crecimiento de nuestros órganos. Educan nuestro sistema inmunitario, enseñándole a distinguir al amigo del enemigo. Influyen en el desarrollo del sistema nervioso, y tal vez incluso en nuestro comportamiento”.

Guarner recomienda cautela a la hora de interpretar todos estos estudios y ver si todas las conclusiones en modelos animales serían trasladables a humanos. Cree que uno de los campos más interesantes sería precisar en humanos hasta qué punto corrigiendo la microbiota se podría modificar la conducta o revertir algunos trastornos. “La conexión entre el estado de ánimo y la salud y el intestino es un campo incipiente, pero apasionante y con muchas expectativas”.

Lo que queda claro es que los huéspedes de nuestro intestino mandan. Si ellos tienen problemas, es probable que los tengamos nosotros. Hace 400 años, cuando Cervantes acababa de escribir el Quijote, de las bacterias no se sabía más que eran gérmenes malignos, causantes de plagas, pero el hidalgo no pudo estar más acertado con su advertencia a Sancho: “La salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”.

Tabla de alimentos para cuidar tus bacterias

Los probióticos, prebióticos y otras sustancias ayudan a modular la microbiota y, por tanto, a tratar las enfermedades que derivan de su desequilibrio. Una mejora en la dieta puede cambiar nuestros tipos de bacterias.

Probióticos: Son microorganismos vivos. Los más conocidos son Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus casei, Lactobacillus reuteri, Lactobacillus plantarum, Lactobacillus rhamnosus, Bifidobacterium animalis, Bifidobacterium infantis y Bifidobacterium lactis. Están presentes en el yogur, el yogur de soja, los lácteos fermentados o la kombucha (hongo de té).

Prebióticos: Fomentan el crecimiento de las bacterias buenas. Se encuentran en plátanos,
cebollas, ajos, puerros, espárragos, trigo integral, cebada, centeno…

Extracto de polifenoles: Tienen un efecto protector sobre la microflora intestinal. Las semillas de uva y el cacao son una excelente fuente.

Fuente: http://www.quo.es