LOS MITOS DE LAS DIETAS ANTICÁNCER

Es recurrente. Cada cierto tiempo alguien publica un libro hablando de la excelencia de un tipo de dieta que previene la aparición de tumores o, incluso, ayuda a los pacientes que han sido diagnosticados de cáncer. Textos que ven la luz en todos los países. En EEUU son muy aficionados a ellos. En España también es algo frecuente. Incluso en este site se publicitan algunas novedades editoriales que suelen tener un eco considerable en las redes sociales. Libros que hasta llevan el aval de sociedades científicas importantes. 

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Como el cáncer aterra y las dietas tienen mucho atractivo, independientemente de lo exóticas que puedan parecer, casi todo lo que se habla sobre esa enfermedad repercute en nuestra sociedad. Aunque lo que se diga tenga una base científica pobre, provenga de casos anecdóticos o hasta se lo pueda etiquetar de auténtico folclore.

Entre las muchas presentaciones que en estos días se están haciendo en Chicago, en el transcurso de la reunión científica de la Sociedad Americana de Oncología Médica (ASCO), habrá que destacar algunas que no están relacionadas directamente con nuevos medicamentos sino con prevención del cáncer, algo que si se hiciera bien sería mucho más importante que la mayoría de los fármacos que llegan al mercado casi siempre a precios imposibles.

¿Qué papel, a la luz de los conocimientos actuales, tienen los alimentos en el aumento o disminución del riesgo de padecer un cáncer?  El doctor Jeffrey Mayerhardt, del Dana Farber Cancer Institute de Boston (una de las mejores instituciones del mundo en la especialidad), ha revisado en profundidad en una presentación llevada a cabo en ASCO las realidades y los mitos de las dietas para evitar o combatir el cáncer.

Su conclusión es clara. No hay dietas milagrosas, ni alimentos malditos o geniales. No hay aún un solo estudio controlado que sea concluyente. Lo mejor que se debe aplicar cuando se habla de dietas y cáncer es el sentido común y tener conocimientos claros de qué tipo de alimentación en general es la más adecuada.

Mayerhardt lo expuso de una forma sencilla: “el mayor factor de riesgo de cáncer relacionado con la dieta no es un determinado alimento sino la obesidad”, dijo. Los estudios de observación han dejado muy claro que el aumento de peso, la adiposidad fundamentalmente, se relaciona con un riesgo elevado de padecer determinados tipos de cáncer. Hay datos epidemiológicos sólidos que apoyan que el consumo excesivo de alimentos procesados o de carnes rojas también se relaciona con el riesgo de cáncer.

Aunque parezca difícil de creer no hay datos concluyentes que avalen que el consumo elevado de frutas y verduras per sé disminuya la incidencia de cáncer. Asimismo, no hay una sola vitamina o suplemento alimenticio que sirva para ese propósito.

El experto de Boston opina, con bastante sentido, que un consumo frecuente de frutas y verduras -alimentos con alto contenido en fibras y agua, de alto poder saciante probablemente contribuye a mantener a raya la báscula. Y si no hay sobrepeso, y el porcentaje de grasa total es discreto, el riesgo de padecer cáncer también baja.

Mayerhardt dejó asimismo constancia del peligro de consumir demasiados hidratos de carbono refinados (el azúcar es el paradigma).  Una costumbre que dispara la producción de insulina por el páncreas y favorece la resistencia a la hormona con los consecuentes efectos metabólicos dañinos. Por eso es importante tratar de sustituir los hidratos de carbono refinados por otros más complejos (integrales) que se digieren de una forma distinta y más beneficiosa.

La conclusión de los especialistas es clara: la obesidad favorece el cáncer sin duda alguna, el consumo excesivo de alimentos procesados y de carne roja no es bueno, las frutas y verduras tienen efectos beneficiosos probablemente por su alto contenido en agua y fibra y es mejor consumir hidratos de carbono complejos, con un poder glicémico más bajo, que refinados

No obstante, dentro de algunos años la evidencia científica sobre cómo la dieta interactúa con el cáncer será mucho más sólida que la que ahora tenemos. Hay 550 estudios en marcha sobre el tema y a ellos se añadirán los 300 que se están realizando también sobre cómo influye el ejercicio físico en el riesgo de cáncer.

Fuente: www.elmundo.es