NI VEGANO NI OMNÍVORO: PARA SER RESPETUOSO CON EL PLANETA HAY QUE COMER COMO UN “CLIMATARIAN”
Buceamos en el término que resume las buenas conductas alimenticias a las que urgía hace unas semanas Naciones Unidas. El objetivo de estas costumbres, frenar la emergencia climática.
Cuando la gallega Xiana do Teixeiro hace la compra, sus criterios a la hora de llenar la cesta poco tienen que ver con el precio o la marca. Busca alimentos de temporada, que estén producidos en el entorno y de manera responsable. Apuesta por la venta a granel y por marcas que fomenten la reutilización de envases. No se acerca a los plásticos de usar y tirar.
“La salud del planeta es mi primera preocupación a la hora de consumir”, cuenta desde Cabanas, un pequeño municipio de A Coruña situado en la ría de Pontedeume. Su dieta no solo es saludable para ella, también lo es para el resto del ecosistema, y, sin saberlo, forma parte del grupo de personas conocido como climatarians. Así se llama a quienes “eligen qué comer de acuerdo con lo que es menos perjudicial para el medio ambiente”, según la definición del Cambridge Dictionary británico.
El periódico The New York Times incluyó el concepto en su listado de nuevas palabras relacionadas con la comida en 2015, aunque fue nombrada por primera vez en 2009. Hoy se convierte en un modelo de conducta urgente: “El cambio en la dieta puede tener beneficios ambientales a gran escala que no son alcanzables únicamente por los productores”, zanjaba hace unas semanas un informe de Naciones Unidas. ¿Más acciones que te convierten en climatarian? Intentar calcular la huella de carbono de cada producto que llega a tus manos, evitar el desperdicio de alimentos y limitar tu consumo de carne (no hace falta restringirlo al 100%).
Veganismo, un primer paso que no es imprescindible
Xiana descubrió lo que era la carne a los cinco años, el día que le sirvieron en un plato un conejo al que había visto crecer. Le tenía cariño y se lo encontró troceado ante ella, listo para que se lo comiera. Era una niña y poco podía hacer más que patalear, pero fue retirando productos animales de su dieta hasta que, a los 13 años, se hizo oficialmente vegana.
Como ella, las personas vegetarianas y quienes se adaptan a sus múltiples variedades, incluso los flexitarianos, entran en general en el concepto de dieta climática. Sin embargo, climatarian y vegano no son sinónimos porque consumir únicamente fruta, legumbres y verduras no asegura respetar el medio ambiente si cada gajo de mandarina que se toma está envuelto en plástico: la degradación de estos residuos también contribuye al cambio climático, según un estudio de la Universidad de Hawái publicado en la revista PloS ONE.
Tampoco vale consumir tomates llegados de otra parte del mundo, “por la emisión de gases de efecto invernadero del transporte”, como recuerda David Yáñez, investigador de la Estación Experimental del Zaidín (EEZ-CSIC). Aún más importante es conocer las temporadas de los alimentos, “pues lo que se produce fuera de ella precisa más energía”.
Todas estas decisiones las puede tomar un omnívoro, así como comer especies capturadas mediante pesca sostenible (pregúntale al tendero) o pequeñas raciones de carne de pollo y cerdo, procedentes de una ganadería extensiva. No habrá vegano que tosa a quien lo haga.
Entonces, ¿me puedo ‘forrar’ a comer carne?
Tampoco es eso. Uno de los alimentos que más contribuye al cambio climático es la carne, especialmente la de ternera. Un estudio del Centro para la Alimentación y Nutrición Barilla indica que producir un kilo de vacuno supone más de 31 kilos de dióxido de carbono equivalente (la suma de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso).
Los datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) también son reveladores. La ganadería -sobre todo la industrial- es la responsable del 14,5% de los gases de efecto invernadero. Contamina más que todos los coches, trenes, barcos y aviones que se desplazan por el mundo. También genera el 92% de las emisiones de amoníaco -que acidifica el suelo, disminuyendo su calidad-, gasta en un año la misma cantidad de agua que todas las familias españolas en 20 y su pienso contribuye a la deforestación. “Hay que actuar ya”, dice Luis Ferreririm, responsable del programa y la campaña sobre carne y agricultura de Greenpeace, que solicita una moratoria a nuevos proyectos de ganadería industrial y la reducción de la cabaña.
Además, habla de una “reducción drástica” en el consumo de carne, y llama a desviar el consumo de vacuno hacia otras opciones cárnicas: aunque los estudios son dispares en sus cifras, coinciden en que la producción de cerdo contamina alrededor de cinco veces menos que la de ternera, y la de pollo, hasta ocho veces menos. “No se trata de dejar de comer jamón, solo de comerlo menos”, subrayaba durante una conferencia celebrada en Málaga el pasado junio Shay Eliaz, máximo responsable del programa “El futuro de la comida” en la consultora Deloitte.
Una perspectiva ideológica
“La clave está en el consumismo”, señala Julia Wärnberg, profesora de la Universidad de Málaga, quien se hace varias preguntas: “¿Realmente necesitamos un aguacate que venga de Perú o un mango de Brasil? ¿Es necesario tomar un zumo de naranja cuando no hay naranjas en verano? ¿Por qué no se sustituyen por fresas, uvas o tomates, que son de temporada y también tienen vitamina C?”.
La investigadora sueca -que lleva años como responsable en Málaga del proyecto Predimed Plus, evaluando la prevención de enfermedades cardiovasculares a través de la dieta mediterránea hipocalórica y la promoción de actividad física- destaca la importancia de “ser consciente” de lo que nos llevamos a la boca.
Saber de dónde viene, cómo está producido, a quien perjudica lo que comemos o qué esfuerzo debe realizar la persona que lo recoge para nosotros en el campo. Y, en el caso de la carne o el pescado, cómo ha sido tratado el animal del que nos alimentamos. Ello ayuda a mantener un peso saludable, según la docente, pero también a incrementar la conexión con la naturaleza y sus ciclos, y a entender la importancia de cuidar el medio ambiente.
La salud del ser humano y la del planeta van de la mano, y elegir el tipo de alimentos que se llevan al plato también es hacer política; las decisiones de hoy afectan al mañana de las próximas generaciones. “Es una forma de elegir el futuro que queremos. Y mucho más activa: tres veces al día y no una vez cada cuatro años”, destacan desde Greenpeace. Por esa razón, Xiana do Teixeiro traslada su forma de consumir en casa a otros espacios.
Ella prefiere no tomar una cerveza en la puerta de un local si le van a obligar tomarla en un vaso de plástico y en los restaurantes siempre explica por qué prefiere que le sirvan un vaso con agua del grifo en vez de embotellada. También trata de preguntar a camareros y cocineros sobre el origen de los productos de la carta. Y se plantea la insostenibilidad de viajar o el uso de productos farmacéuticos “a toda costa”. “Me parece interesante la idea de contención aplicada a todo: el decrecimiento”, subraya, al tiempo que cree que cada gesto cuenta: “La escala es muy importante. Y, aunque lo que hace una persona sea casi simbólico frente a la gran industria, es una cuestión de moral”.
El último requisito para ser un climatarian es tener tiempo. La compra de Xiana es una carrera de obstáculos por etapas. No hay un estante donde se coloquen todos los productos sostenibles. “Hay que asumir que la vida es trabajo. Y que cosas básicas como la nutrición o el descanso también requieren esfuerzo. Eso nos transmite valor con respecto a lo que consumimos y a la propia acción de consumir”, dice la cineasta. Y añade: “La idea de hacerlo todo rápido, fácil y cómodo nos ha hecho perder el control de lo que tomamos, cómo afecta a nuestra salud y el impacto al medio ambiente”. Merece la pena, pero no es sencillo. Más aún con un mercado capitalista siempre atento a ponerlo fácil para obtener rentabilidad. “La cocina del siglo XX a mitad del siglo XXI no existirá. Se calentarán los platos y solo se cocinará por hobby”, avisaba la pasada primavera Juan Roig, presidente de Mercadona. Malas noticias para el planeta.
¿Cómo se calcula la huella de carbono alimentaria?
El consumidor lo tiene difícil, porque apenas existe información. Hay nociones básicas y de sentido común, como consumir productos del entorno, que sean de temporada o que sigan criterios de agroecología respetando las normas ambientales y del trabajo. Pero, en líneas generales, es casi imposible. Hay webs como alimentoskilometricos.org, de la asociación Amigos de la Tierra, que ponen a disposición del consumidor una sencilla calculadora (hay otra en esta web de la BBC), pero incluso los estudios más concienzudos han tenido problemas para conseguir una cifra correcta porque no existen muchos precedentes y, además, hay que analizar numerosas variables durante las fases de extracción, elaboración, distribución y uso de cada alimento.
“Ha quedado constancia de la complejidad y el coste que supone la tarea, tanto en el cálculo como en el etiquetado”, subraya el estudio Cálculo y etiquetado de huella de carbono en productos alimentarios realizado por un equipo de la Cátedra de Ética Ambiental de la Universidad de Alcalá. Entre las conclusiones del documento figura la recomendación de añadir a cada producto un etiquetado obligatorio con la huella de carbono para que las personas puedan tomar mejores decisiones sobre la base de un mayor conocimiento.
Fuente: https://elpais.com (26-08-19)