“NO ESTOY GORDO, ESTOY FUERTE” (O LOS PELIGROS DE LA MEGAREXIA)

Padecen sobrepeso u obesidad —con un índice de masa coporal (IMC) igual o superior a 25, según la OMS— y sin embargo se ven en forma y saludables. No es aún una enfermedad reconocida (aún) en los manuales diagnósticos, pero los expertos ya la identifican y le han puesto nombre: megarexia.

gordura“En los 90, cuando surgió el concepto de vigorexia —adicción al deporte y al uso de esteroides, la megarexia estaba considerada como uno de sus sinónimos. Sin embargo, a comienzos del siglo XXI el vocablo ha resucitado, aunque esta vez para designar a aquellos que se autoperciben con un peso saludable aún presentando obesidad”, explica el Dr. Néstor Benítez Brito, dietista-nutricionista de la Academia Española de Nutrición y Dietética.

Pese a tratarse, como indica el experto, de un término pseudocientífico — todavía no figura en la actualización más reciente del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM-V) ni en la décima versión de la Codificación Internacional de las Enfermedades (CIE-10)— la preocupación crece al ritmo del uso de la palabra: “Si 500 millones de personas padecen obesidad en todo el mundo, es muy probable que un porcentaje de ellos sean megaréxicos no diagnosticados”, sentencia Emilia Isabel Trull Chambo, directora del Centro TITCA y miembro del Consejo General de Dietistas-Nutricionistas.

Pero, ¿cómo es posible que alguien no sea consciente de un problema de sobrepeso?

Confundir la obesidad con volumen muscular

Mientras en otras afecciones relacionadas con la alimentación —como la anorexia— los casos en mujeres superan con creces a los de hombres, los expertos apuntan a que la megarexia parece afectar más a los varones. La causa, en opinión de Pilar Conde, psicóloga y directora técnica de las Clínicas Origen, está en “la asociación que se hace entre el volumen corporal y cualidades como fuerza y vitalidad”. Valores asociados a la masculinidad y, sin embargo, muy alejados de los hábitos reales de quienes ignoran su obesidad: vida sedentaria y mala alimentación.

“Se da muchas veces en personas que fueron delgadas y no son capaces de asumir su nuevo aspecto, ya que suprimen las percepciones visuales y táctiles relacionadas con el aumento de volumen de su cuerpo e inhiben las conexiones cerebrales que permiten aceptar su figura”, explica Trull Chambo.

Al igual que en otros trastornos alimentarios, quienes sufren megarexia o fatorexia (como se conoce en inglés) evitan mirarse en espejos de cuerpo entero o fotografiarse, maldicen las básculas y desconocen su peso exacto. También usan prendas holgadas para poder decir lo ancho que les está el pantalón o piensan que todos exageran cuando señalan un problema de obesidad. De hecho, “presentan conductas disruptivas y hostiles con su entorno más cercano, si se les señala su situación”, según explica el doctor Ignacio Basurte, responsable de la Unidad de Trastornos de Conducta Alimentaria del Hospital Gregorio Marañón.

Esta distorsión en la percepción de la imagen, también “puede esconder para estas personas un problema de negación al no ser conscientes —o no querer ver— que su peso es un factor de riesgo para su esperanza y calidad de vida”, explica la doctora Conde. Por ese motivo, no toman medidas al respecto, comen de forma compulsiva y consumen comida basura o calorías vacías, como bollería industrial o patatas fritas.

“La comida basura ha dañado su cerebro

Y, ¿cómo llegan a esa situación? Según Trull Chambo puede deberse a “una malnutrición por exceso de alimentos basura, que acaba dañando las conexiones del cerebro”. La relación entre la mala alimentación y las funciones cerebrales tiene ya una amplia evidencia científica. Una investigación longitudinal de la Universidad Nacional de Australia, publicada en BMC Medicine, encontró que las personas que consumían comida basura presentaban un menor tamaño del hipocampo, la zona relacionada con el aprendizaje, la memoria y la salud mental.

También un estudio sobre mujeres de la Brigham and Women’s Hospital, publicado en Annals of Neurology y referenciado por la Universidad de Harvard, concluyó que las grasas saturadas, como las de la carne roja o la mantequilla, afectan a la capacidad de pensamiento y a la memoria. Y un estudio sobre ratas de la Universidad de New South Wales, Australia, observó que los daños provocados en el cerebro de los sujetos no eran reversibles.

A esto hay que sumar la lista de enfermedades relacionadas con la obesidad de las que alerta la Organización Mundial de la Salud (OMS), como problemas cardiovasculares, diabetes, trastornos del aparato locomotor y algunos cánceres.

Ayuda psicológica y familiar para remitir los síntomas

El primer paso, como en cualquiera de estas patologías, es aceptar el problema. Es muy importante tomar conciencia de la imagen corporal y percibir una psicoeducación para discernir entre lo que es saludable y lo que no para empezar a construir rutinas adecuadas: “Aprender a controlar la ansiedad, los pensamientos irracionales y técnicas de prevención ante una posible recaída”, indica Conde. Por otro lado, la experta aconseja que los padres fomenten hábitos adecuados de alimentación y de estilo deportivo a modo de prevención.

Trull Chambo señala que, “aunque son difíciles de diagnosticar, es necesario recibir ayuda y apoyo —tanto del entorno familiar como de un psicólogo experto en este tipo de trastornos— que pueda redirigir la forma de pensar y cambiar los hábitos de vida”: comenzar una dieta, hacer ejercicio y aprender a tener hábitos saludables bajo las pautas de un dietista-nutricionista.

Fuente: https://elpais.com (24-01-18)