QUIEN DIGA QUE CORRER PROVOCA ADICCIÓN NO SE EQUIVOCA: EL ‘SUBIDÓN’ DEL ‘RUNNER’ EXISTE
Completar un maratón, al menos una carrera de larga distancia, produce una sensación similar a la del cannabis o el opio. Este éxtasis aparece durante y después de la carrera. Correr agota. Lo sabrás aunque solo hayas apretado el paso para no perder el autobús. Entonces, ¿qué perversa razón lleva a los corredores a sentirse tan felices después de hacer 10 kilómetros? O peor aún, un maratón con sus 42 kilómetros.
¿Por qué demonios sonríen, se achuchan sudorosos y hasta lloran de felicidad al cruzar la meta, si aún llevan el pulso desaforado, tienen ampollas pavorosas y apenas pueden respirar? La respuesta está en el runner’s high, un término anglosajón para denominar el subidón con el que el cuerpo premia una buena ración de trote. Los psicólogos A. Dietrich y W.F. McDaniel lo definen como una serie de cambios en el estado mental inducidos por el ejercicio de larga duración, con síntomas de analgesia, ansiólisis (sedación) y sensación de bienestar. Es decir, paz y felicidad y cero dolor. No se puede pedir más.
Nadie duda de que exista, pero los científicos llevan décadas enzarzados en un debate acerca de qué neurotransmisores explican este colocón. La versión más reciente se decanta por un cóctel químico digno del mejor alquimista del dopaje, solo que al alcance de cualquiera con ganas de atarse las zapatillas y meterse una buena ración de kilómetros. Natural, gratuito, indetectable en los controles y producido por su propio organismo. Un chute legal.
La euforia de acabar un maratón
Durante años se atribuyó a las endorfinas, conocidas como las hormonas de la felicidad. Estos opioides endógenos actúan como la heroína o la morfina para inhibir de forma transitoria la sensación de dolor. Solo que, en vez de venir de fuera, se producen en el cerebro en situaciones de máximo estrés. Como la única manera de medirlo es a través de una punción lumbar, inviable justo antes de correr, a principios de este siglo muchos negaron esta vía. La profesora Huda Akil, que fue presidenta de la Society for Neuroscience, llegó a tildarlo de fantasía de la cultura pop en el periódico The New York Times.
Las cosas cambiaron en 2008. Los investigadores de la Universidad de Múnich pusieron a correr a 10 atletas durante dos horas. No eran novatos: ocho de ellos habían completado al menos un maratón y todos ya tenían varios medios maratones en su palmarés. Para la prueba, cada uno hizo entre 16,8 y 26,2 kilómetros a una velocidad media de 11 km/h (un ritmo de 5’45″/km). Mediante una tomografía PET se midieron los niveles de endorfinas cerebrales antes y después de la gesta. “Los niveles de euforia aumentaron sensiblemente después de correr”, señalaron en su informe final. Como evidencia, mostraron imágenes de la actividad cerebral en las regiones asociadas a las emociones (las áreas prefrontal y límbica del cerebro). Quedaba demostrada la teoría, pero se abrían otros interrogantes.
Wendy Suzuki, actualmente una de las neurocientíficas más prestigiosas y especializada en la influencia del ejercicio físico en el cerebro, reconoce que aún no se sabe cuánto tenemos que correr para llegar a esa sensación. De hecho, no todo el mundo lo alcanza al mismo nivel. Puede que haya diferencias individuales relacionadas, por ejemplo, con la presencia en el cerebro de más o menos receptores de las sustancias que lo provocan. Tampoco hay unanimidad científica acerca de cuánto dura. Algunos autores no le dan más de 30 minutos; otros lo alargan hasta varias horas después de dejar de correr.
Como el cannabis, pero sin dar una calada
Las endorfinas explican, en parte, la algarabía de los corredores al acabar una carrera. Pero, ¿cómo sobrellevan el suplicio de correr varias horas seguidas? Investigaciones más recientes apuntan al sistema endocannabinoide, un conglomerado de receptores de las células que se activan mediante neuromoduladores. Sí, suena a porro, y su funcionamiento es el mismo que el del cannabis que se fuma, solo que aquí no hay nada ilegal. Es el propio organismo el que los produce en cuanto empieza a correr para inhibir la sensación de dolor causado por el exceso de ácido láctico muscular. De paso, altera un poco los procesos cognitivos y emocionales para poner pinceladas de buen rollo en una actividad bastante monótona y solitaria.
Si cuando llevas unos kilómetros corriendo te sientes como el feliz protagonista de un videoclip, no estás loco, solo un poco dopado. Échale la culpa a la anandamida, un tipo de endocannabinoide responsable de esa analgesia tan sumamente gratificante. “Además, su acción broncodilatadora y vasodilatadora podría ayudar a la actividad aeróbica al favorecer el riesgo sanguíneo y la respiración”, explicó el doctor Petri Wiklund, experto en medicina deportiva en la revista Journal of Sport and Health Science.
El cuerpo no da puntada sin hilo y ese colocón no nace para animar Instagram con selfies mordiendo medallas y frases de Coelho. El antropólogo David Raichlen, de la Universidad de Arizona, sostiene que la euforia inmediatamente posterior a la carrera fue la recompensa al esfuerzo, lo que nos animaba a salir al día siguiente de nuevo a pegarnos una paliza de kilómetros detrás de un antílope. En definitiva, pura selección natural: los especímenes que segregaban mayor cantidad de anandamida encontraban más placer en tirarse horas corriendo y tenían más papeletas para cazar y sobrevivir. El footing no vale… Este neurotransmisor ni se inmuta con el trote cochinero. Para que haya subidón, hay que meterle caña a las zapatillas. Sus niveles son dependientes del nivel de intensidad. Solo se elevan cuando el ejercicio supera el 70%-85% de la frecuencia cardíaca máxima.
Tampoco se disparan con ejercicios muy intensos pero cortos. Hay que dedicar muchas zancadas y minutos. A partir de los 20 o 30 minutos de carrera (no hay quorum), la felicidad rula a borbotones y puede alcanzar su pico máximo entre media y una hora después de cruzar la meta. Pero, según parece, la química dura poco. Los endocannabinoides son lípidos con el tiempo contado una vez llegan al espacio intercelular y caen en las fauces de ciertas enzimas.
De la nube también se baja
Cada vez nos movemos menos, pero correr sigue elevando los niveles de felicidad. ¿El runner’s high podría ser la droga gratuita que acabe con el sedentarismo? Rotundamente, no. Al menos, no de forma inmediata. “Alguien que no hace nada de deporte no va a experimentar una carrera como algo placentero. Hay que tener un mínimo de tolerancia al ejercicio físico para cruzar la barrera a partir de la cual uno es susceptible de notar la recompensa de los endocannabinoides”, explica Raichlen. Pero se muestra optimista en que las personas sedentarias podrían ir, poco a poco, mejorando su condición física hasta llegar al punto de poder experimentar un subidón a tope.
Correr largas distancias engancha, basta con ver la de corredores populares que empalman una carrera con otra. Pero no está claro que haya una exposición química tan continua como para justificarlo solo desde el punto de vista biológico (normalmente, solo se entrena una o dos horas al día, y no todos). Harina de otro costal es el componente social: correr para mantenerse en forma, por el postureo en redes sociales o por la química con el grupo de corredores con los que se entrena habitualmente. Sin olvidar los tintes épicos del corredor de fondo. Todo eso engancha.
“Se mitifica mucho el maratón porque es un esfuerzo prolongado en el tiempo, aunque no se vaya a todo gas”, declara Óscar de las Mozas, licenciado en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte y director de la consultoría deportiva Coentrena. Coleccionar medallas tiene mucho que ver en esto de colgarse de la larga distancia. Roberto Sotomayor, subcampeón del mundo M35 en 3.000 y 1.500 en el Campeonato de Veteranos en pista cubierta de Corea (2017) y entrenador de corredores, ha vivido en primera persona la excitación de subir al podio. “En la élite la euforia es menor. Los atletas entrenan duro, conocen sus posibilidades y sus límites, y han aprendido a gestionar sus emociones tanto positivas como negativas”.
A los corredores populares la efervescencia les estalla nada más cruzar la meta. Sobre todo, con el maratón. “Cuando ven que les ha ido bien, o incluso, mucho mejor de lo que esperaban, se vienen arriba. Es normal, en ese momento no te duele nada. Más aún si no sienten sobrecargas graves, no ha habido caídas o no han perdido ninguna uña del pie. Llegan a casa en una nube y, por la tarde, aunque estén cansados, ya están buscando nuevos maratones para inscribirse. Se imaginan rebajando media hora su tiempo. Incluso completando ultramaratones”, ilustra Sotomayor. En las horas –y días– posteriores abrasan a todo el que se les acerca con su carrera, kilómetro a kilómetro. Se visualizan como héroes y aprovechan las redes sociales para retroalimentarse.
“La nube empieza a desmoronarse cuando vuelven a rodar. Entonces el cuerpo les pasa la factura. Notan que están reventados, sobre todo si han ido por encima de su ritmo. Las sensaciones no son tan optimistas como esperaban. Ahí el subidón se empieza a pinchar”. Para el subcampeón del mundo la lectura final se resume en un carpe diem, amigo runner: “El corredor popular tiene que aprender a disfrutar sus triunfos. ‘Que lo has hecho muy bien, saboréalo. Pero sé consciente de que quizá has dado tu 100% y que, con tu vida, tu edad o tus posibilidades de entrenar, hay poco margen de mejora. No te angusties buscando más. Disfruta de ese momento, porque puede que no vuelva”.
Fuente: https://elpais.com (07-02-20)