¿PODRÍA UNA ASPIRINA PREVENIR LA OBESIDAD Y EL CÁNCER?
- Vie 4 de Ene 2019
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La inflamación es una de las causas comunes de estas enfermedades y los investigadores tratan de prevenirla con dieta y algo parecido a este medicamento. Si la inflamación crónica está en el origen de la mayoría de los males que nos quitan el sueño (envejecimiento, tumores, alzhéimer), los fármacos que la atajan se perfilan, en teoría, como una posible solución para casi todo. La práctica, sin embargo, es mucho más compleja. ¿Lo que sí se sabe que funciona? Moverse, comer verduras y vivir en paz.
Suena mal, pero no siempre lo es. La inflamación es un proceso fisiológico de lo más vulgar. «La forma que tiene nuestro organismo de detectar daños e intentar repararlos. Si careciésemos de ella, podríamos sufrir problemas muy graves al no poder percibir que tenemos una infección o herida», apunta África González, presidenta de la Sociedad Española de Inmunología (SEI). Bendita señal de alarma.
Pero, en ocasiones, «la inflamación no finaliza, se cronifica, es exagerada y, finalmente, deteriora los órganos, dado que al intentar repararlos lo hace de forma anómala (con fibrosis, destrucción de tejidos, calcificaciones, etcétera)», añade la inmunóloga. Esta inflamación crónica, a diferencia de la aguda, está involucrada en el desarrollo de multitud de enfermedades, desde las autoinmunes (artritis reumatoide, lupus, enfermedad inflamatoria intestinal…) hasta hipertensión, alteraciones cardiovasculares, cáncer, obesidad, diabetes o trastornos mentales.
El estrés y las tensiones a largo plazo, como el cuidado de un familiar, parecen aumentar los niveles en sangre de marcadores inflamatorios, aunque falta más investigación
La lista de problemas de salud que tienen la inflamación como punto en común se alarga continuamente con los resultados de nuevas investigaciones que demuestran esa conexión. Sin embargo, la inflamación es también una especie de cajón de sastre en el que caben numerosas afecciones, aunque cada una desencadene una respuesta inmunitaria diferente. «Imaginemos la inflamación como el cuadro de fusibles que nos encontramos en una casa nueva. Podemos buscar el interruptor que enciende la luz del salón o el que apaga la alarma (del mismo modo que esperamos tirar de la palanca que desactiva el cáncer o la placa de ateroma), pero el circuito es desconcertante: algunos interruptores están marcados en rojo (no tocar), otros no tienen ningún indicador y otros están descritos en un idioma extranjero», esboza en un artículo en The New York Times Siddhartha Mukherjee, oncólogo de la Universidad de Columbia (EE UU) y Premio Pulitzer 2011 por una biografía novelada del cáncer que él mismo padeció.
El objetivo que quita el sueño a la comunidad médica es desentrañar cómo funciona ese complejo cuadro de luces, pero también conocer qué posibilidades hay de que una molécula de la respuesta inmune actúe como interruptor para enfermedades diferentes. Por ejemplo, se ha encontrado que los afectados por inflamación intestinal tienen un 23% más posibilidades de sufrir un ataque al corazón. Y los menores de 40 años son los de mayor riesgo.
Así se gesta la tormenta perfecta del cáncer
Otros estudios señalan un vínculo entre la obesidad, la diabetes tipo 2 y algunos tipos de cáncer. Jorge Moscat, director del Programa de Metabolismo del Cáncer del Instituto Sanford Burnham Prevys, en La Jolla (California), explica: «La obesidad es una forma de inflamación crónica. En esta se conjugan dos grandes mecanismos claros de promoción tumoral: la hipernutrición (que alimenta a los tumores) y la diabetes tipo 2, que promueve la tumorogénesis debido a la resistencia a la insulina en el hígado, la grasa, etcétera». La conjunción de todos estos factores da lugar, según Moscat, «a una tormenta perfecta para la progresión tumoral».
El alzhéimer y la depresión son otros candidatos a engrosar la lista de enfermedades en las que está involucrada la inflamación crónica. Keenan Walker, de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore (EE UU), ha comprobado que las personas de entre 40 y 50 años con niveles elevados en sangre de cinco marcadores relacionados con la inflamación generalizada, tienen el volumen cerebral reducido décadas después (una pérdida de estas células se relaciona con el alzhéimer), y menos memoria.
Otro trabajo, liderado por el gerontólogo Bertrand Fougère, del Hospital Universitario de Toulouse (Francia), destaca que el envejecimiento biológico se caracteriza por un nivel de inflamación crónica de bajo grado. «El fenómeno recibe el nombre de ‘envejecimiento inflamatorio’ y es un factor de riesgo altamente significativo para la morbilidad y la mortalidad en las personas mayores», observa. Según su invetigación se debe a causas como el estrés oxidativo del organismo, los desajustes en el sistema inmunológico, los cambios hormonales y el desgaste de los telómeros (brazos de los cromosomas). «El resultado es que el envejecimiento inflamatorio desempeña un papel en el inicio y progresión de enfermedades relacionadas con la edad, como mayor fragilidad, osteoporosis y cáncer».
¿Puede un antiinflamatorio tener poderes preventivos?
La pregunta es: ¿se podrían evitar estas enfermedades tan habituales con fármacos antiinflamatorios? Ángel Gil, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid), responde: «Desde la aparición de los medicamentos inmunomoduladores, que actúan directamente sobre los fenómenos de la inflamación, la situación ha cambiado», tanto, que enfermedades como la artritis reumatoide o la enfermedad inflamatoria intestinal, que hasta hace pocos años carecían de un tratamiento eficaz, «dentro de un tiempo podrían ser anecdóticas». Otros antiinflamatorios, como la aspirina, el ibuprofeno o los corticoides, que tienen una eficacia reconocida para multitud de problemas de salud, «no son recomendables como prevención primaria de enfermedades crónicas, como pueden ser las cardiovasculares, por los efectos adversos que provocan», advierte Gil.
Con todo, es seductora la idea de que tomando un simple antiinflamatorio se podrían prevenir algunos tipos de cáncer, una hipótesis que, de entrada, admite Jorge Moscat: «De hecho, aunque todavía es controvertido, la aspirina se perfila como una forma de prevenir el cáncer de colon. Sin embargo, esto daría lugar a efectos adversos indeseados. Además, aunque está claro que la inflamación crónica es fundamental en el inicio y desarrollo tumoral, todavía desconocemos los mecanismos exactos y, por lo tanto, resulta difícil establecer las dianas terapéuticas adecuadas». En su opinión, no hay que cerrar la puerta a usar aspirina para prevenir cáncer colorrectal, incluso melanoma, de ovario o páncreas, pero quedan muchos cabos sueltos que es necesario definir debido a sus consecuencias, advierte el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos. Eso sí, reflexiona el catedrático de Medicina Preventiva: «Efectos similares los podemos obtener con un estilo de vida saludable».
Mejor empiece restándole una hora al trabajo y sumándosela al deporte
Vivimos en un entorno plagado de factores que favorecen la inflamación crónica. África González los enumera: «Contaminación, tabaquismo, la baja actividad física y el estrés»; además resalta la importancia del sobrepeso y la obesidad, «considerados una inflamación crónica —se habla de lipoinflamación— que pueden desembocar en el síndrome metabólico (diabetes, hipertensión, arteriosclerosis, elevación del colesterol, triglicéridos y ácido úrico)».
Conociendo los factores que favorecen el desarrollo de inflamación crónica, la opinión generalizada entre los científicos es que corrigiendo algunos es posible ralentizar el avance inflamatorio. Es el caso de la inactividad física, relacionada con un mayor tamaño de la cintura, que a su vez se asocia con valores más altos en la sangre de proteína C reactiva (un marcador de inflamación crónica), apunta un estudio danés publicado en PLOS ONE.
¿Y cómo desinflama el ejercicio? Alejandro Lucía, catedrático de Fisiología del Ejercicio de la Universidad Europea de Madrid, explica: «Cada episodio agudo de ejercicio produce la liberación a la sangre de mioquinas, unas moléculas que tienen efecto antiinflamatorio porque inhiben la secreción de sustancias proinflamatorias». Y puede durar unas cuantas horas. Los beneficios del ejercicio son multisistémicos (en todos los tejidos). «No hay ningún fármaco que haga esto, y funciona mediante dosis/respuesta: es decir, cuanto más, mejor», subraya el catedrático. «El ejercicio previene el desarrollo de muchas enfermedades cardiometabólicas o crónicas de nuestro tiempo, y cuando la enfermedad ya se ha manifestado, el deporte puede enlentecer su desarrollo».
El estrés también aparece en el escenario proinflamatorio
La psicóloga Julia Vidal, miembro del consejo de expertos del Área de Estrés y Gestión de las Emociones de la Fundación Española del Corazón (FEC) y de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), recuerda que ante la ansiedad, el organismo responde con más tensión muscular o presión sanguínea. «Y esto afecta a nuestros sistemas nervioso, endocrino e inmune. Se segregan hormonas y neurotransmisores que llegan al torrente sanguíneo, músculos y órganos, y cuando esta reacción es intensa o se mantiene deja de ser adaptativa y puede afectar a nuestra salud». De manera continuada, deteriora el organismo por dos vías diferentes: «Modifica nuestros hábitos [cuando estamos estresados tendemos a comer alimentos hipercalóricos, a fumar, beber o dejar de hacer ejercicio] o con una secreción mantenida de hormonas y neurotransmisores que lo dañan (reduce las defensas del sistema inmune, aumenta la tensión arterial, trastornos digestivos…)», alerta. «Conseguir un adecuado control del estrés logrará un equilibro en el que el sistema inmunológico responderá adecuadamente ante las infecciones y otras agresiones».
Cuidado con los bollos: no solo le inflan por fuera
Queda claro que nuestro estilo de vida influye, y mucho, en el grado de inflamación del organismo, y la dieta es una pieza fundamental. Ramón de Cangas, académico de la Academia Española de Nutrición y Dietética, traza unas pinceladas básicas sobre las dietas proinflamatorias: «Son muy ricas en energía y abundantes en grasas saturadas, trans, sal y azúcares añadidos, procedentes de carnes rojas y procesadas, comida rápida, aperitivos salados, refrescos y bollería. Además, se caracterizan por la presencia de disruptores endocrinos y ser pobres en alimentos vegetales, frescos o poco procesados, como las frutas y hortalizas, legumbres, frutos secos o derivados integrales de los cereales».
El dietista-nutricionista Miguel Aganzo Yeves, de la Fundación Jiménez Díaz, explica: «Algunos estudios han sugerido que muchos alimentos modulan la inflamación de manera aguda y crónica, aunque presentan limitaciones». Y pone dos ejemplos de cómo inflama cada grupo de nutrientes: «Los ácidos grasos de la dieta pueden afectar a procesos inflamatorios a través de efectos sobre el peso o la grasa corporal y provocar un cambio en la composición y función de la membrana lipídica celular. Los hidratos de carbono, por su parte, se relacionan con la inflamación y el estrés oxidativo por los niveles de glucosa posteriores a la ingesta (glucosa posprandial), considerados un predictor de diabetes y enfermedad cardiovascular».
Igual que la dieta puede inflamar, también puede hacer lo contrario —que no significa que sea una «dieta antiinflamatoria», reclamo rechazado por la mayoría de los expertos—. Aganzo apunta: «Los ácidos grasos EPA y algunas moléculas con efectos antiinflamatorios derivadas de DHA (ambos son ácidos grasos omega 3) reducen activamente el estado proinflamatorio: son los nutrientes aportados principalmente por los pescados y sus derivados».
La fibra, en el podio contra la inflamación; pero no sea monótono y diversifique
Si hay un alimento que concentra el interés de los científicos es la fibra, una devoción que se justifica por su influencia en la composición de las poblaciones de bacterias intestinales (microbiota), que afecta al desarrollo de muchas enfermedades (incluidas obesidad y diabetes). «Una dieta alta en fibra (30 gramos al día) disminuye las concentraciones de marcadores inflamatorios como la proteína C reactiva. Por ejemplo, una dieta alta en carbohidratos complejos, relativamente alta en fibra y baja en grasas ha probado que reduce un 50% la incidencia de diabetes a largo a plazo», apunta el investigador de la Fundación Jiménez Díaz. «Y una alimentación rica en vegetales que aportan fibras fermentables (frutas, hortalizas, legumbres, cereales de grano entero, frutos secos y semillas) tiene impacto en la función inmunológica gracias al butirato [un ácido graso de cadena corta que se produce durante la fermentación de la fibra por la microbiota intestinal]».
Fuente: https://elpais.com (18-10-18)